La liturgia en este tiempo cuaresmal nos dice que:
Convertirse es: RECORDAR que el Señor nos hizo para sí y que todos los anhelos, expectativas, búsquedas y hasta frenesíes de nuestra vida, sólo descansarán, sólo llegarán a su plenitud, cuando volvamos a Él.
Que la conversión es la LLAMADA insistente de Dios a que asumamos, reconozcamos y purifiquemos nuestras debilidades.
Que la conversión es PONERNOS EN EL CAMINO de rectificar los pequeños o grandes errores y defectos de nuestra vida, con la ternura, la humildad y la sinceridad del hijo pródigo.
Q la conversión es ENTRAR EN UNO MISMO y tamizar la propia existencia a la luz del Señor, de su Palabra y de su Iglesia y descubrir todo lo que hay en nosotros de vana ambición, de presunción innecesaria, de limitación y egoísmo.
Que la conversión es CAMBIAR nuestra mentalidad, llena de eslóganes mundanos, lejana al evangelio, y transformarla por un visión cristiana y sobrenatural de la vida.
Que la conversión es CORTAR NUESTROS CAMINOS de pecado, de materialismo, paganismo, consumismo, sensualismo, secularismo e insolidaridad y emprender el verdadero camino de los hijos de Dios, ligeros de equipaje.
Que la conversión es EXAMINARNOS de amor y encontrar nuestro corazón y nuestras manos más o menos vacías.
Que la conversión es RENUNCIAR a nuestro viejo y acendrado egoísmo, que cierra las puertas a Dios y al prójimo.
Que la conversión es MIRAR A JESUCRISTO y contemplar su cuerpo desnudo, sus manos rotas, sus pies atados, su corazón traspasado y sentir la necesidad de responder con amor al Amor que no es amado.
Y así, de este modo, la conversión, siempre obra de la misericordia y de la gracia de Dios y del esfuerzo del hombre, será encuentro gozoso y transformador con Jesucristo.
“Convertíos y creed en el Evangelio”.
Fray Francisco M. González Ferrera, OFM. Cádiz